Motivación, comprensión, liderazgo, empatía, son algunas de las características que tiene un buen jefe. Pero, ¿cuántas veces nos ha tocado uno así? Constantemente nos quejamos de nuestros jefes, pero lo que en realidad no sabemos es que existe un gran peligro en idolatrarlos cuando son demasiado buenos.
Idolatrar a nuestro jefe viene ligado a emociones positivas muy fuertes que pueden nublar nuestro buen juicio, llegando inclusive a cubrir sus errores. Esto es algo negativo también para el jefe ya que puede llegar a salirse de la realidad al creerse – demasiado- los halagos que recibe.
Por otro lado, cuando alguien está acostumbrando a agradarle a los demás tiende, en muchas ocasiones, a enfocarse en seguir agradando. Si el objetivo es este, ¿de qué manera podrá llamarle la atención al equipo, o dar opiniones contrarias a la de sus subordinados si está programado para agradar?
Otro de los peligros principales es el favoritismo. Cuando un jefe y un empleado caen en este tipo de relaciones, puede ser un problema para el resto del equipo. Ellos intentaran agradar más al jefe y generará competencias innecesarias en el equipo de trabajo.
Por último, Annie McKee de Harvard Business Review señala: “Hemos visto este juego dinámico en las dictaduras de todo el mundo. Es cierto que hay un largo camino entre el escenario mundial y el lugar de trabajo, pero las dinámicas humanas subyacentes no son tan diferente”, indicando que al idolatrar mucho a un jefe puede hacer que este crea que no hace nada malo.
Es por esto que es importante saber poner límites en la relación con nuestros jefes; no está mal apreciarlos e inclusive admirarlos, pero sin caer en excesos que puedan generar resultados contraproducentes para el equipo y la organización.
Fuente: El empresario