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Hace casi un año a Susana González le diagnosticaron cáncer de mama. Hoy en día nos cuenta la buena noticia de que terminó su tratamiento con mucho éxito, y para celebrarlo, Susana quiso plasmar sus sentimientos en una carta dedicada a su tumor, para participar en el concurso “Cartas de amor” de Mont Blanc. Quedó de segunda finalista y ahora quiere compartir su experiencia con nosotros.
Floralicia recordó que a través del programa se puso en contacto con Bolivia Belisario y logró el corte de cabello previo a su quimio.
Conversamos con Susana González, profesora e investigadora, quien explicó que la carta surgió como una catarsis, ella estaba terminando la última semana de su radioterapia y no pensaba mucho en lo que estaba pasando porque ella sentía que pensar tanto le daba fuerza a esa situación. En el momento de la culminación del tratamiento, ella quiso expresar y drenar por todo lo que pasó.
Susana agregó que escribió la carta más para ella que para el concurso, pero luego pensó que fue el concurso quien le dió la idea de escribir eso como una carta, entonces debería participar. Para ella fue una experiencia maravillosa porque la cantidad de gente que resonó con la carta, de hecho, quedó de segundo lugar pero ganó el premio del público.
Era primera vez que publicaba un texto, ahora se está planteando la posibilidad de seguir haciéndolo porque si eso ayuda a reconfortar a otras personas que están pasando por esa enfermedad, entonces habrá que hacer. “Si Dios a uno le dió la habilidad de escribir bien, entonces eso hay que usarlo para ayudar a los demás” afirmó Susana.
Por otro lado, Floralicia considera que esa carta puede ser el comienzo de un gran proyecto, como un libro.
Susana comentó que una de las cosas que ella quiso plasmar en esa carta fue que a veces uno se enfrenta al cáncer como una guerra, como una lucha pero al final el tumor está adentro de la persona, por lo tanto, forma parte de uno mismo por alguna razón, porque la misma persona lo creó o una reacción del cuerpo, en definitiva, ella quería manifestar un agradecimiento a ese tumor porque le había entregado, a través de ese proceso, mucha experiencia, conocimiento y una vida espiritual que antes no tenía.
Aprendió a valorar las cosas que antes eran diarias y rutinarias, eso lo plasma en el último párrafo de la carta. Para ella la este escrito fue un punto de quiebre; su experiencia fue difícil pero también fue un gran aprendizaje porque conoció gente maravillosa y además logró darse cuenta de que a veces uno se preocupa por cosas muy absurdas y banales, cuando hay personas que tienen realidades más fuertes y la superan con alegría y entusiasmo.
Y cómo a través de ese libro podría no sólo contar su experiencia sino que sería interesante que cada miembro de la familia escriba su propia forma de asumirlo, por lo tanto, afirmó que una buena idea sería recoger los testimonios y convertirlos en nuevas cartas. Por ejemplo, de un esposo que le escribe al tumor de su esposa, de una madre que le escriba al tumor de su hija; de esta manera se podrían tener todas las visiones de la familia, además ese libro podría aportar a las familias que pasan por ese proceso puedan sanar.
Floralicia convocó a escritores que han ido al programa 0800Flor y que brindan talleres de escritura creativa para que consideraran a Susana en sus talleres. De esta forma ella podría ayudar a otras familias que estén pasando por la misma situación.
Te invitamos a que leas la carta completa.
Mi tumor
"Puede parecerte extraño que te escriba una carta de amor. Para ser honesta a mí también me sorprende un poco. Mis sentimientos hacia ti han sido siempre muy confusos, y mi relación contigo siempre ha sido complicada. Mucha gente pensaría que esta debería ser una carta de odio, de desprecio. Todo lo contrario, esta carta está llena de respeto, y de agradecimiento. Cómo podría yo odiarte si eres parte de mi, si eres carne de mi carne. Si algo he aprendido estos meses ha sido aceptarte como parte de mí. Aun ahora que te digo adiós, se que tu memoria siempre quedará conmigo y que mi vida no será nunca la misma, después de haberte tenido dentro.
Yo no te esperaba. Estaba demasiado ocupada con mi vida, con mi felicidad. Llegaste sin ser invitado, en el momento más inoportuno, y te metiste dentro, muy cerca de mi corazón, escondido bajo mi seno izquierdo. Allí te instalaste calladamente, mientras yo estaba distraída, primero con la otra vida que crecía dentro de mi vientre, y luego completamente sumergida en la dicha enorme de amar a un hijo. Y tú silenciosamente crecías y crecías, alimentándote de mi ignorancia. Qué extraño me resulta pensar ahora que al mismo tiempo mi cuerpo albergaba y alimentaba a la vida y a la muerte, al amor máximo y al enemigo mayor.
El primer recuerdo que tengo de ti, es el de un fuego que me quemaba el pecho. No el fuego apasionado del amor, ni ese que te sube por el rostro cuando te sonrojas. Este fuego era doloroso, como si me pusieran alcohol en una herida abierta. Una urgencia que impulsa a soplar para aliviarla. Ya en ese momento intuía que algo vivía bajo mi piel, pero yo me negaba a verte y te llamaba por otros nombres para pretender que no existías.
Pero como siempre, llegó el momento de enfrentar lo inevitable, y en una sala helada, te vi por primera vez claramente. No tuvimos tiempo de conocernos, de ser amigos primero, hubo urgencia de mirarte a los ojos y de escuchar tu nombre de los labios de otra mujer, que entendió mis lágrimas sin preguntar nada. Cáncer. Luego vinieron muchas noches de insomnio, pensándote, esperando saber tu apellido, tratando de imaginar la vida (o la muerte) contigo, preguntándome de donde habías venido, revisitando una y otra vez el futuro y el pasado, pero sobre todo llorando, calladita para no despertar al que dormía a mi lado. ¿Cómo explicarle a él mi miedo, cuando cada noche me besaba y me decía que todo iba a estar bien? ¿Cómo decirle que esto era entre tú y yo, y que él no podía entrometerse? Ese hombre que me ha amado como nadie, y que hasta estuvo dispuesto a aceptarte durmiendo entre nosotros. No podía hacerle eso a él. Por eso durante el día me esforzaba intentando que todo siguiera igual, no me sentía enferma ni me dolías y hasta a ratos parecía que no existieras, que te hubiera soñado. Pero, de repente me asaltaba tu certeza en la sonrisa de mis hijos, o en unos planes para el futuro, en una frase inocente que alguien decía, o en un comercial de televisión. Todo parecía haber perdido importancia, solo tenía pensamientos para ti. Intentaba en vano mantenerte lejos de mi mente, porque sentía que pensarte te daba poder sobre mí. Quería ignorarte, pero aparecías por todos lados.
Vinieron salas frías, esperas interminables, decisiones que no quería tomar. Hablaba de mi futuro y el de mi familia con médicos que no conocía, que hablaban acerca de ti como si te conocieran a pesar de que no te habían tenido nunca tan cerca como yo. Y fui añadiendo a mi diccionario palabras que no conocía, nombres de medicinas, de médicos. Las salas de espera se convirtieron en mi casa y ahí tú y yo estábamos a solas, mirándonos a los ojos, tomándonos las manos como adolescentes. Abrí mis venas y mi cuerpo para poder llegar a ti. Agujas, tubos, botellas, jeringas, sangre, fluidos entrando y saliendo. Recuerdo como me irritaban las conversaciones de otros pacientes, las recomendaciones y comentarios interminables de la gente: agua de coco, sopa de miso, tomate de árbol, el libro de Eva, deja los lácteos, no uses anti-transpirante, mi hermana se curó de eso, fulanita se murió de aquello. Nada me importaba…éramos tu y yo encerrados en nuestra batalla, y el miedo, y el cansancio.
Me arrebataste los pequeños y grandes placeres de la vida. El olor del café de las mañanas, una buena comida, un libro agradable, el calor del sol sobre la piel, una película, jugar con mis hijos, una copa de vino, el intimo abrazo de mi esposo. Todo desapareció, solo me consolaba dormir. Me miraba al espejo por las mañanas buscando en mis ojos la vida, la alegría, la fuerza para seguir adelante. Mi rutina se convirtió en un ir y venir de medicinas en inyecciones. Cuando me preguntaban que me apetecía, decía invariablemente nada. Eso era lo que me quedaba, nada. Solo la inercia de levantarme cada mañana, el tetero de los niños, llevarlos al colegio, hacer las tareas. Una seguidilla de obligaciones y citas a las que atender. Solo el amor infinito de mis tres hombres me mantenía andando cada día, y aún a ellos tuve que decirles que no, que no, que no, tantas veces. Alguien me dijo que este era el momento de ponerme primero yo. La realidad es que eras siempre tú el que estabas primero.
Me salvó el amor. Recuerdo verme reflejada en los ojos de mis hijos, y pensar en lo que sería su vida sin mí. En ese preciso instante decidí que no, que eso no iba a pasar, que era hora de decirte adiós. Y entonces algo se rompió entre nosotros, y comencé a verte distinto. Tuve la certeza de que estabas allí por mí, y nadie podía sacarte si no era yo. Comencé a buscar dentro de mí la fortaleza para despedirme. Cada noche te miraba a los ojos y te decía que ya, que la lección estaba aprendida, que yo te había creado y ahora tenías que irte. Mientras se me llenaba el cuerpo con veneno tumbada en un sofá, te iba viendo alejarte. Tu poder sobre mi iba disminuyendo cada día, a pesar de lo débil que me sentía, a pesar de los glóbulos blancos por el piso, a pesar de las náuseas, sabía que yo tenía en mi la fuerza para dejarte ir. Me veía al espejo y me decía que a pesar de estar calva, sin cejas, ni pestañas, con los labios pálidos, era hermosa y valiente, y que me amaba más a mí que a ti, y que uno de los dos tenía que irse, y no iba a ser yo.
Y así fue, poco a poco fuiste alejándote, haciéndote mas y mas pequeño. Te arranqué de mi pecho con lo que quedaba de él, y asumí mi cicatriz con el orgullo con que se presume una marca de guerra. Y luego vino una cita diaria con un rayo invisible que te terminó de desvanecer. En mi mente, esa era una espada que yo empuñaba y con la que te atravesaba el pecho. Allí, recostada y enfrentada con una fría máquina, vestida con una bata de papel y con el pecho pintarrajeado con tinta negra, terminé de despedirme de ti, para siempre. Y entre lágrimas te di las gracias por todo, y volví a mi vida. A recuperar poco a poco lo que te llevaste.
Ahora que finalmente te has ido, queda tu memoria, tu recuerdo, tus huellas. Estoy consciente de que hay que pasar la página, pero no puedo hacerlo sin agradecerte todo lo que me has dado. Todo lo que me quitaste me lo has devuelto poco a poco, y ahora esas pequeñas cosas son tesoros grandes para mí. Nunca sentí tan delicioso el aroma del café en la mañana, ni disfruté tanto leyendo de un solo tiro un libro. Nunca antes me reí como me río ahora. Ya no pierdo mi tiempo en rencores inútiles, en miedos absurdos. El sol del Caribe me acaricia y tengo amor en mi vida. No necesito más. Tú cambiaste mi vida para siempre, para bien. Gracias a ti llevo una sonrisa en los labios cada día. Me has hecho feliz de una manera que solo yo entiendo. Me siento bendecida de haberte conocido y de haberte tenido tan cerca.
Ahora vete, eres libre. Yo soy libre, verdaderamente libre".
Susana González
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